6 sept 2022

Dando vueltas

Fecha señalada hoy. Cinco siglos del final del viaje de Elcano. Me ha hecho recordar mi primera ugrafía propiamente dicha.

Su título es La vuelta al mundo. La escribí y publiqué en Voces Amigas a finales de marzo de 2006, aunque la idea la tuve mucho antes, a mediados de los noventa. Inserto aquel texto, pues:

Nunca se publicó "La vuelta al mundo en ochenta polvorones", de Julio Viernes. Su autor destruyó el borrador de la novela porque no vió la manera de encontrarle un final feliz.

El argumento tenía un arranque similar al de la famosa búsqueda de Marcel Proust, pero el detonante no fue una magdalena, sino un polvorón de Estepa. Julio, de profesión pirotécnico, se quedó absorto cuando en su mente relacionó, por la parte del polvo que a cada uno le toca, el mantecado que degustaba y su diario instrumento de trabajo: la pólvora.

Cuando esa comunión de ideas empezaba a desmenuzarse en su cabeza, cogió el periódico, presto a curiosearlo. A santo de no importa qué, en una de sus páginas había un mapamundi. Fijó sus ojos en la barriga que dibuja la China. Recordó entonces que muchos años antes, cuando era aprendiz, le dijeron que el uso de la pólvora empezó allí, y con esa finalidad que le era tan familiar, la de colorear el lienzo negro de la noche con decenas de colores y la de dibujar en el silencio con el pincel ruidoso de las explosiones.

Pensó entonces en que era normal que algún asiático que se dedicara a la minería hubiese aplicado la pólvora a facilitar su trabajo, ya en aquella época. Y que también era inevitable que algún otro, militar, se supone, empezara a diseñar los primeros arcabuces. Seguía entonces Julio mirando el mapa y casi viendo en él como esas armas de fuego habían empezado a dar la vuelta al mundo.

Ajá, de Asia hacia Europa. Y sí, aquí los trabucos, mosquetones y demás y pasa el tiempo y ya también cañones. Y sigue pasando el tiempo y subimos esos cañones a los barcos. Y la pólvora, inocente ella al nacer, seguía hacia el oeste dando la vuelta al mundo.

Hacia el Nuevo, se dijo entonces. Pocahontas y familia enseguida probaron los estragos de los 'palos de fuego'. Los amerindios habían repelido con flechas a los pocos vikingos que llegaron a avistarlos, pero no pudieron frenar el empuje de los Winchester, los Colt, los etc. con los que la pólvora que venía del Este los iba arrinconando. Siguió Julio dándole la vuelta al mundo.

Ya andaba por Hollywood cuando se estremeció. Empezó a ver que esta historia no tenía un final feliz. Ya no se trataba de azufre, salitre y carbón, pero la intención es lo que cuenta, dicen, y la excepción a ello la de Einstein.

Sigue la vuelta. Portaaviones hacia Hawaii. Despega el Enola Gay y hace polvo Hiroshima. Otro avión menos famoso y doblemente infame hace polvo Nagasaki. Julio fijó sus ojos entre Japón y China y tembló de miedo. Si esa vuelta sobre el mapa (sobre el globo, vaya) continuara su rotación, en el siguiente paso no va a quedar ni un solo ninot indultado. Y aunque así fuera, qué poco sentido tendría montar un espectáculo de fuegos artificiales, si el de los fuegos asesinos hubiera matado todas las fiestas del mundo.

Julio cerró el diario. El borrador de la novela quedó en nada, pues no llegó a escribir ni una línea. Un día, tiempo después, me lo explicó así, o más o menos. Cuando volví a casa, miré el globo terrestre en mi mesa y seguí con el dedo esa vuelta (esa otra vuelta, quiero decir) al mundo, también sentí un escalofrío. Vaya polvorín de planeta.

Y es que la especie humana es un poco como un polvorón. Si se la aprieta un poco se compacta, se hace solidaria. Pero si se la machaca... polvo, nada más.


De hecho es una idea que, como tantas otras, el mapamundi hace evidente. La dirección del uso de las armas de fuego es, en la historia, del este al oeste. Desde la China hasta Asia Central, desde allí a Europa y al Mediterráneo, para después cruzar el charco y llegar con trabucazos y cañonazos a América. Desde América y desde la colonia hawaiana, los bombarderos que soltarán sobre población civil las atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Y fin de la vuelta. Ese es el quid de la ugrafía.

Un detalle en el mapa también, no tan obvio pero sorprendentemente ignorado por las lecciones de los libros de historia, es el hecho de que Nagasaki está más cerca de Shangai que de Tokyo. Es algo que comprobé también en los noventa, a la vez que me planteaba la idea de la vuelta al mundo que después convertí en la ugrafía de Julio Viernes.

En esos detalles ignorados y en esas obviedades de los mapas hay mucho tintero del que sacar tema, ugráfico, geográfico y de cualquier tipo.

A lo de hace cinco siglos, a lo de hace cinco años, a lo de hace cinco minutos... a todo se le puede dar la vuelta. Esa es la gracia de la rotación terrestre.

Sigo girando por aquí. Alguna otra cosa también se hace obvia. Aunque se le puede dar la vuelta también.

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